¡Oh, el clic! Ese pequeño gesto para el hombre. Ese gran salto para la humanidad.

La foto pulcra, impecable. El producto luciendo en todo su esplendor, sugerente, tentador, irresistible. Ya estás viviendo la experiencia de poseerlo, ya casi puedes disfrutarlo. Lo necesitas, no puedes vivir sin él. Adelante, pulsas con el índice sobre el botón izquierdo del ratón. Hecho. 

Pasan escasas horas y el paquete, el santo grial, llega a tu hogar. Te embarga la emoción, la misma que cuando en tu infancia abrías los regalos en la mañana de reyes. Pero, al desempaquetar… algo no cuadra. Aquello que creías iba a ser tu “nuevo mejor amigo”, la nueva adquisición de la que presumir, se desvanece de repente entre tus manos. Se ve endeble, frágil, mal rematado. Se ve... “barato”. ¿Me habré equivocado? No es posible. Broma cruel, lo que esperabas y lo que llega. Tras unos minutos de reflexión te das cuenta y decides que al menos la caja del envío se convertirá en un estupendo lugar para guardar… algo. ¡Lo que sea!

El pasado día veintiuno me tocó desenvolver el paquete en Castrelos.

Desde que se confirmó la fecha, el concierto de The Black Keys pasó a ser un evento de primer orden en la agenda de los aficionados. Las referencias que llegaban por distintas fuentes no podían ser mejores. Veinticuatro horas antes habían desembarcado en el Rockland Art Fest y todo el mundo hablaba maravillas del show. ¿Qué contar ahora de la noche de los Black Keys en Vigo cuando te enteras a agua pasada de que la actuación salió a algo más de siete mil euros el minuto y que durante los escasos sesenta y cinco de actuación apenas logré conectar con la banda en un par de temas?

El asunto no tuvo un buen principio. Cinco mil entradas, cuatro mil en venta directa y mil a través de internet en turnos de venta de mañana y tarde. Como resultado: colas interminables. Colas por supuesto para entrar al recinto y “disfrutar” del olívico telonero Abel, siempre ineludible y puntual en las citas multitudinarias, y colas también para poder refrigerarse en la única barra dispuesta para tal uso en el recinto. El aforo completo … Lógico que una reconocida banda internacional congregue a miles de personas al simbólico precio de quince euros, pero alguno nos seguimos preguntando dónde se mete toda esta gente a lo largo del año, por qué no acuden a las salas. Eso sí, algunos es mejor que sigan manteniéndose alejados de los conciertos ¡qué falta de empatía y educación para con los demás!

Los de Ohio aparecieron acompañados sobre el escenario por cuatro músicos quienes no pasaron de ser un mero complemento estético debido fundamentalmente a deficiencias en el sonido del evento, lo que no permitió su lucimiento. La guitarra de Auerbach sobre todo, y el bombo y la caja de la batería de Patrick Carney, enmascaraban al resto de la banda resultando inaudibles desde la posición en la que me encontraba (centrado hacia la mitad del foso). Fallo de los técnicos de sonido, excepcional el trabajo de los técnicos de luces.

Conocida también es la peculiar manera que tiene de tocar la batería Patrick. Su forma descuidada y sus variaciones de tempo constantes, con el devenir de los años y la rutina de las giras, se hacen cada vez más patentes; hasta el punto de que lo que en su momento fue una peculiaridad llamativa, se ha convertido en algo molesto, incómodo.  Nada que reprochar a la guitarra de Dan.

Otra de las cosas que no me gustaron fue el exceso de temas de esta nueva etapa por la que ahora deambulan y en la que se ha perdido aquella energía cruda que los hizo destacar en los primeros años de su carrera. En la escasa hora de actuación sólo llegué a disfrutar realmente con  el cover que se marcaron de la Canned Heat, el “Heavy Soul” y el remate final con “Lonely Boy”. Los en otro tiempo reyes del garaje se pierden ahora entre el funk, el soul e incluso coquetean con la electrónica en una maraña de intentos fallidos por reinventarse. Escúchese el último larga duración publicado en estos días: “No Rain, No Flowers” (el tema que le da título fue incluido en el setlist de Castrelos junto con el también nuevo: “Man on a Mission”) Otro irregular disco, dentro de la prescindible discografía que se han marcado en los últimos años. Seguro barrerá en ventas en esa carrera hacia lo comercial en la que el dúo está ahora inmerso, pero que caerá en el olvido y la indiferencia de los que apostamos por ellos al principio. En la portada podría figurar a modo de advertencia: "Contiene trazas de rock n roll..."

El abandono de sus orígenes, lo que algunos denominan "evolución artística", es en realidad algo así como un cambio de barrio: del sucio callejón del rock n roll a la lustrosa avenida del pop. Como un dejar la Harley por el patinete eléctrico, más ecológico, ágil, grácil, pero sin una pizca de peligro ni de alma. Tal vez sea culpa mía y esté ya en fuera de juego a esta altura de mi vida, pero gestos como encender la linterna del móvil o bailar un tema desplegando y encogiendo un brazo acompasadamente a la usanza de cualquier megafan del David Guetta de turno, hacen que se les pierda el respeto. Hay cosas de las que una banda de rock debería procurar desmarcarse. 

En resumen, el de Castrelos ha resultado ser un concierto que ha pasado con más pena que gloria por mi agenda de eventos estivales. Tal vez fueran mis elevadas expectativas, las ganas exacerbadas de ver por vez primera a los Black Keys, lo que influyó en mi desengaño. Posiblemente el agotamiento de una gira repetitiva en su esquema y excesiva que acarrea una falta de motivación y cansancio en los músicos. La prisa, quizás, a la media hora de acabar ya tenían cargados los camiones para continuar hacia Madrid para un bolo que se celebraría dos días después. Seguro, la falta de temas de los cuatro primeros lps en detrimento de la abundancia de temas menos "blues". La sensación de que un gran espacio al aire libre se les hace enorme y que serían más disfrutables en una sala. La creencia de que al dúo le gusta menos el directo y más las labores de producción y estudio... Todo ello hizo que mi primer encuentro con la banda resultara infructuoso. Espero poder valorar un segundo.

Más de uno lo recordará como “ese concierto donde no pasó nada, pero al menos vendían cerveza fría”. Yo, ni eso puedo decir, no di alcanzado la barra...

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