Albert Pla es un mago de lo cotidiano. Uno no puede pretender ir a ver un concierto de este hombre, más bien el concierto pretenderá entrar en él de un modo alérgico, alejado de los estándares preestablecidos y, seguramente, lejanos a toda razón alcanzada hasta el momento. No, señores, no hablamos de un concierto, nos sinceramos en un evento que los modernos llaman performance y, los que han entendido algo, llaman simulación perfecta de la realidad.
 
 
Podría haber pedido una acreditación, mostraros unas fotos espectaculares (y el mérito sería de quien ha diseñado esta función) pero la ocasión no requería tal cosa: "apagad vuestros móviles", repetía la voz de una niña, una y otra vez, hasta que el público decidió sonreír mientras prestaba atención al comienzo del espectáculo. Y realmente me dio reparo sacar el móvil, ya no hablemos de intentarlo con una cámara. Y qué gusto en estos tiempos, nadie tuvo la osadía de enfocar un espectáculo con su móvil. A nadie se le ocurrió la horrible idea de pensar que su instagram, o su facebook, necesitaba una instantánea de este concierto. Joder, vivo en otro planeta y me produce un gusto fuera de lo común: soy raro, por suerte, por fortuna, por fijación compulsiva.
 
Así empezamos, como os decía, alejados de todo contacto con la realidad, mientras esa niña nos recuerda el prisma desde el que contemplar el panorama. No, repito, no hablamos de un concierto al uso, es más, no es un concierto: es una obra de teatro con una fuerte carga audiovisual.
 
Miedo. Una palabra que a cualquiera le causa cierta controversia pero a la que todos pretendemos quitarle hierro: es vergonzoso, en esta época, decir que tenemos miedo a algo. Pero es verdad, el miedo nace en lo más profundo de nuestra infancia. La diferencia aquí es que nos cuentan ese miedo con una sonrisa perpetrada mientras el autor finge la más seria de todas las caras posibles. Sin embargo, la fotografía, el ambiente tridimensional, esa magia que se forma sobre el escenario y cuyo truco no quiero descubrir, nos transporta a un punto en el que sentimos ese miedo infantil con cadenas de ser adulto. Y aún así, nos reímos mientras nos muestran nuestras más oscuras debilidades.
 
"Debería daros miedo la forma en la que vivís y no la que podría ocasionaros la muerte". Qué gran verdad. Me sigo riendo de un personaje infantil que sabe más de mí de lo que yo conozco en un par de tragos. Joder, esto no parece España. Y es así, no es fácil que se dé el caso en el que el mundo de la música y el teatro se aprieten tan fuerte la mano que no distingamos entre teatro y música. Oye, que, si me pongo, distingo temas de Albert Pla pero que, si me dejo llevar, el resultado es algo tan bonito que no trasciende hablar de discografía. Albert, nos adentra en un paisaje que parece lejano y a la vez muy cercano: el mundo de los miedos se hace tan patente que la sonrisa choca con el propio recuerdo de lo que significa esa palabra. Joder, qué grande la sensación.
 
No sé cuánto ha durado, quizás hora y media, lo que sí sé es que he viajado a planetas donde la luz es preciosa, donde las palabras se funden con realidades que deberían rozar el cielo de nuestra memoria. Lo que sí siento es que he pagado 14 euros por un universo que no veré en las noticias, que no disfrutaré en Netflix y que, seguramente, no tendré la oportunidad de agradecer con la suficiente maestría con la que me han enseñado todos los matices que esconden las letras de la palabra miedo.
 
Gracias, un año más, Albert, por venir, a Santiago, a abrirnos los ojos y sacarnos un par de decenas de sonrisas de apoyo, en este mundo, en el que nos hacen buena falta siempre. No tengáis miedo, tened coraje, motivos y razones para sentiros vivos, un día más. Viva el arte, en letras mayúsculas, incluso con miedo, joder.