Son las tres,
toca arrancar para Avilés…
 
Así podría dar comienzo un tema cualquiera de un grupo cualquiera del panorama rockero nacional, pero lo que comenzaba el pasado viernes veintidós, fue un fin de semana inolvidable tras una mañana de anodino currele. Nos esperaba el primer Rock in Town que, visto lo visto, tendrá continuidad en los años venideros o al menos eso esperamos.
 
Llegamos dejando atrás trescientos kilómetros de carretera con el tiempo justo para llevar las maletas al hotel de turno, pequeño tentempié y carrera hasta la Factoría Cultural. Un centro municipal inaugurado en 2010 que se usa para diversos menesteres y que dispone de sala para conciertos. De tamaño medio, cuenta con unos equipos de luz y sonido espectaculares (además hay bar y puedes tomarte una birra viendo a la banda. ¡Ya podían tomar nota otros ayuntamientos y aplicarse el cuento!).
 
Sin hacerse esperar salió al ruedo el primer “Victorino” de la tarde/noche: Levi Parham. ¡Y menudo ejemplar...!
 
El señor Levi al igual que Woodie Guthrie, del que parece haber heredado el sentido de la melodía, es oriundo del epicentro geográfico del espíritu estadounidense: Oklahoma. Referencias blues, folk, soul y country. Con una hermosa voz, áspera cuando los temas suben por la cuesta de la amargura y la fuerza rítmica y, conmovedora y tierna, cuando las composiciones bajan a la arena de los sentimientos y los medios tiempos. Nos venía a presentar su último trabajo: “It’s all Good”.
 
El pasado año Parham se llevo al sur a un grupo de amigos representativos del denominado “Tulsa Sound” con los que registró diez temas soberbios. Una obra maestra grabada en los históricos Muscle Shoals Studios en Alabama, los mismos donde los Allman y Aretha se hicieron inmortales (ahora rebautizados como los Portside Sound Studios). Parte de estos músicos estaban ahora tocando la Factoría Cultural: Dylan Aycock a la batería, Jesse Aycock a la guitarra slide (The Hard Working Americans), Dustin Pittsley en la segunda guitarra y Aaron Boehler al bajo.
 
Levi Parham
 
Parham, siempre con una acústica en las manos, hizo y dejó hacer a la banda. Supo ceder protagonismo hasta el punto de permitir cantar a ambos guitarristas sus propios temas. Se movió por el escenario, nos brindó un sólo acústico en los bises (“All the ways I feel for you”) e incluso se tiró por el suelo cuando el show lo requirió (“My finest hour”). El sonido más próximo al country se hizo a un lado dejando el protagonismo al rock & roll, debido en buena medida a la presencia del soberbio dúo de guitarras que esta noche le acompañaba. Hora y media que se pasó volando con temas fundamentalmente de su último disco y que remató con aires bluesy: “Turn your love around” y “These American Blues”.
 
En fin, uno de los conciertos del año sin lugar a dudas. El festival tocaba techo con el bolazo que acabábamos de disfrutar y cabía preguntarse si el nivel podría mantenerse en lo que aún nos quedaba por delante.
 
Salimos de la Factoría Cultural y, como uno no es de piedra y no solo de vatios vive el hombre, el plato de la balanza se decantó del lado de la cena y no del lado de Igor Paskual. Sacrificamos su actuación por llenar nuestros agradecidos estómagos. Mea culpa. Supongo que a él no le habrá importado, nosotros a día de hoy, continuamos arrepintiéndonos.
 
Volvíamos a correr de nuevo para no perdernos la siguiente actuación de la noche. Ahora en un espacio al aire libre: el parque de las Meanas. La cita era con los Burning: la cita era con el Rock N Roll (con mayúsculas).
 
Gran escenario con carpa cubriéndolo todo y gran barra al fondo. Buen sonido y buenas luces. Por poner un pero: la gran altura en la que emplazaron a los músicos y el foso demasiado estrecho, dificultaban el poder hacer fotos de cerca.
 
El show venía envuelto en un halo de melancolía: la reminiscencia de los tiempos pasados, que no por ello mejores, y el hecho de que la gira responda al nombre de “No va más”, caían sobre mi como una losa. Los Burning han sido uno de esos grupos que pusieron banda sonora a mi adolescencia y son muchos los recuerdos que corren parejos a sus canciones. Me duelen los Burning como me duelen otras bandas que he visto desaparecer en estos últimos años, es el precio de ver la vida pasar.
 
Burning
 
Desde que Fernando Colomo los metiera en su película por indicación de Jesus Ordovas he visto a los Burning en numerosas ocasiones y he de reconocer que nunca han sonado tan redondos como con esta última formación: En las guitarras Eduardo Pinilla y Nico Álvarez, al bajo Carlos Guardado, Cacho Casal a la batería y el saxo de Miguel Slingluff. Todos músicos de reconocido prestigio con cientos de conciertos y grabaciones a sus espaldas.
 
La banda está en tiempo de prorroga y va al cien por cien. Johnny comentó no hace mucho: “Me como el presente a bocados...” y se nota. Con cada tema, clásicos ya del rock en español, se metieron al público en el bolsillo. La banda disfrutó e hizo disfrutar. El respetable cantó y bailó del primero al último tema de la noche.
 
Me resultó curioso también, el hecho de volver a oír la versión original de sus letras más polémicas (Jim Dinamita,...) Hace dos años las había escuchado edulcoradas, extrañado, en un concierto en la Plaza Mayor de mi ciudad: los problemas de lo “políticamente correcto” y el lenguaje “sexista” que ahora impera.
Concierto redondo en lo emocional y en lo musical.
 
La noche iba para trío pero se quedó en pareja. Uno ya no tiene el cuerpo para saraos a altas horas y decidió reservarse para el sábado. La noche no podía acabar mejor… o si. Al día siguiente alguien me hizo un comentario sobre el conciertazo que se había marcado Pajaro en el Santa Cecilia.
 
Otra vez será...
 

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