1976, McComb, condado de Pyke, a pocos kilómetros del delta del Misisipi, entre unos 12000 habitantes, nace un completo desconocido, Castro Coleman. A los seis años cae una guitarra entre sus manos y desde ese momento ya no hará otra cosa que mamar y mamar toda la esencia de sus orígenes hasta destilar un estilo propio de primera categoría.
 
2 décadas como músico de sesión bebiendo góspel sin resaca, abrazando más de 30 álbumes con los que alimentar el género como productor y guitarrista. En 2013, con el álbum It’s my guitar, se alista en una prometedora carrera en solitario cuya mecha prendería, irreversiblemente, con ganas, un año después imponiéndose en el International Blues Challenge de Memphis y cosechando el premio Gibson al mejor guitarrista de blues del año.

Mr Sipp es ese niño que encontró la caja de discos de sus padres y supo exprimir hasta la última nota para rendir un sentido homenaje que teje con mimo y entusiasmo, concierto a concierto, canción a canción y nota tras nota, por el bien de la música.
 
Antes de continuar, es de bien nacidos ser agradecidos: una vez más, a IdeaRock por su perseverancia, su buen hacer y, sobre todo, por permitirnos ser partícipes de la gran experiencia musical que, sin lugar a duda, ha sido la programación que ha defendido, con clase, esta temporada en la Sala Capitol.
 
Viernes 9 de junio, última fecha de la temporada de blues en Compostela y, para mí, posiblemente la mejor que ha pasado este año por la Capitol. Digo esto, entre otras cosas, para que se mueran de envidia esos huecos vacíos que había en la sala durante el concierto. Lo cuento porque Mr. Sipp debería ser una cita obligatoria, porque deja esa sensación de estar escuchando a un músico que, quizás, dentro de unos años, sea reconocido mundialmente como lo que es: un fuera de serie. Por tanto, los que no quisieron enterarse, los que no supieron apostar por un directo esa noche, sencillamente, os habéis perdido a uno de los grandes.
 
 
Enmarcado en una gira que recorre 10 escenarios de la península en un mes, el artista, con tres discos en la mochila, venía presentando su último trabajo “Knock A Hole In It”. A diferencia de su primera visita el año pasado, esta vez la banda no vestía ni traje de gala ni ese atuendo a lo Steve Urkel que siempre roba una sonrisa que se vuelve tonta al instante; así que camiseta blanca para el trío porque, me aventuro a pensar ahora, la energía que allí se iba a desplegar sólo podría describirse como “sudar la camiseta”.

Por dónde iba, se abre el telón y aparece un trío que se marca una instrumental; el señor Sipp nos sorprende al teclado desprendiendo un sonido hammond que nos transporta a un universo gospeliano en el que Funk, Blues y R&B conviven sin hacerse daño. "Are you ready?", desgarra, frente al abismo, mientras el tema se diluye, el americano desenfundando su Epiphone Riviera Custom P93 para escuchar la respuesta. El respetable afirma estar preparado mas el artista, apodado “The Mississippi Blues Child”, reclama por dos veces una contestación contundente en la que no haya lugar ni para la más razonable de las dudas: todos a una y que siga el espectáculo.
 
La primera bala va directa al baile de neuronas: con el tema Gotta Let Her Go nos trasladamos inconscientemente a ese Pride & Joy de SRV y los ánimos se caldean enérgicamente recordando que la noche es joven y los relojes de arena también fallan a veces. Antes de que podamos retomar el aliento, otro calibre se nos cuela entre pecho y espalda con Going Down, temazo de Freddie King al que la banda pone un sello personal inconfundible.
 
Blues, Rock, Soul, R&B, Gospel y Funk se van respirando y confundiendo a lo largo del repertorio. Fulgurante, sería el adjetivo para el ritmo de vida que nos estaba aplicando el Señor Coleman y es que. “Showman”, es una palabra que se queda corta para quien hace del directo su bandera legendaria; este hombre está en todos lados, lo llena todo, y es dueño y señor de un escenario que, por momentos, se le queda muy pequeño. Derrocha técnica, impecable, en todos sus fraseos; suena a vestigio reencarnado, parece una leyenda de seis cuerdas por escribir, sabe a personalidad fresca y destaca, joder si destaca.
 
Nunca descuida una rítmica, ni por un maldito momento, hace lo que quiere con una voz que aúlla soul, apunta blues y susurra gospel al oído; inquieto, danzarín (se marca un Duck walk a lo Chuck Berry), sociable (baja a tocar entre el público, un clásico que no podía faltar) y, por encima de todo, es un soñador despierto de la magia de sus propias notas porque, si algo más tiene Mr. Sipp, es una expresividad envidiable con la que cualquiera logra empatizar sintiéndose uno con su música: disfrutas porque él disfruta mientras crea ese equilibrio entre lo tradicional y lo contemporáneo; ese algo, tan auténtico, que no permite que decaiga tu interés jamás.
 
 
¿Blues? Pues a estas alturas, pensando en términos de qué nos queda por sentir, puede que blues sea, realmente, descubrir que, ante nosotros, tenemos un cuadro enorme de notas que describe con gusto, y un buen manojo de conocimiento, toda la diversidad y riqueza de la historia de la música negra. Y es que, blues, es un término que dibuja sencillez a la vez que también matices que no debes privarte de buscar, matices que lo hacen crecer y fundirse con facilidad en otros estilos que no pierden de vista esos campos de algodón y desespero en los que la música se reía, con valentía y sarcasmo, de la crudeza del destino de una raza desdichada sin motivo.
 
En cuanto al resto del trío encontramos a un batería de corte funkático que apoya sus ritmos en una solemne pegada; en el bajo. Jeff Flanagan, aportando un sonido oscuro y una seriedad que le obliga a ser una estatua durante todo el concierto, salvo en un momento en que es arrastrado por Coleman hacia un “baile”, zztopiano, de ir de lado a lado sincronizando pasos; aún así, Jeff, más bien parece estar bailando el “esta yegua no es mi vieja yegua gris”; ¿y qué más da? si para showman ya está Mr. Sipp.
 
Y así, sin dejar espacio al aburrimiento, otorgando el foco de interés al talento puro, tras un extenso Little Wing (menos mal que no enlazó con el himno americano como en el disco) y un par de bises de postre, se consumió esa intensa, y a la vez efímera, hora y media de concierto. Mr. Sipp ponía fin así a una noche para el recuerdo, lo hacía en una atmósfera de aplausos que olían a ovación cercana, entre abrazos, exclusivos, que recibe únicamente el que ha hecho algo ciertamente extraordinario y apretones de mano que tan solo se explican desde el más profundo reconocimiento de un público que se fue satisfecho a casa.

Al salir, desde la puerta, pude escuchar a alguien desaparecer calle arriba afirmando “esto sí fue un concierto”. Un buen resumen, pensé.

“Mi padre me dijo una vez que nadie puede vencerte siendo tú mismo”.