Cita con El Altar. Viernes 17 de mayo, más conocido en Galicia como “O día das Letras Galegas”. El día se presentaba muy musical ya que, para INRI de la cita, Luisa Villalta, la homenajeada este año (seguro que lo sabíais), fue violinista, además de escritora y docente. Así que la jornada poseía un cariz poliédrico: por un lado, tocaba vivir una fiesta en la que nuestro idioma sería el protagonista pero, por otro, al caer la noche, en el ocaso, todo culminaría con música en directo en la ceremonia organizada en la Sala Capitol de Santiago de Compostela.

Sea como fuere (que fue bien, oye), tras unas tapas, algún que otro vermú, un par de cañas y unos cuantos chaparrones contra los que luchó, con ganas, un lorenzo que pretendía justicia gritando “¡estamos en mayo!”, las diez de la noche rondaban peligrosamente sobre el reloj de todos aquellos melómanos con una entrada en el bolsillo para ver a los protagonistas de la velada: El Altar del Holocausto.

Tengo que decir que me sorprendió cruzar las puertas de la Capitol y darme de bruces con una buena entrada. A ver, no se me malinterprete ni excomulgue antes de tiempo: no es que el grupo no lo merezca, sino que, la música instrumental, dejando a un lado la clásica, es un rincón muy, muy friki... Si a eso le sumamos los elementos que conforman el universo “holocáustico”… parecía complicado encontrarme a un ejército de fieles discípulos entregados a la causa, dispuestos a “aguantar” una homilía de semejante magnitud. Pero los hubo, vaya si los hubo.

Luces rojas blandían su espada, sin contemplaciones, contra el espectro visible de la sala. Una sala que, ya de por sí, se caracteriza por ser fanática de dicha colorimetría de tonos rojizos. Para sellar ese cubo bermejo, la última pared la constituía, en esta ocasión, el encarnado telón que, para sorpresa de todos, ofuscaba el escenario alimentando, de este modo, el clima de intriga y misticismo que esta banda emana en cada concierto.

Y, oportunamente calculado, la arena del reloj llegó a la división idónea (que no siempre es la exacta) pasadas las diez de la noche. Ese punto en el que la intriga y la desesperación juegan a la comba en el patio, hasta que todos, en el recinto “sacro” habilitado, fueron perfectamente conscientes del inminente inicio del espectáculo. La hora mágica.

Entre tanto, el citado telón iniciaba lentamente su ascenso al reino de los cielos, al paso demandado por los profetas de la noche que, poco a poco y milimétricamente, ocupaban sus púlpitos, ataviados de blanco, envueltos en un halo de misterio perpetrado por unos rostros ocultos tras unos capirotes, capuchones (o roldanes), típicos de penitentes de las procesiones de semana santa.

Sonaba Act II – Resvrrectionem y, desde las primeras filas, el silencio se extendía, sin contemplaciones, hacia el fondo de la sala (algunos incluso exigían silencio, desde un fanatismo crecido por las circunstancias).

Sólo música, cero palabras, y "nada más" que música; con ritmos lentos, agotadores incluso, donde los acordes abiertos se relacionan en perfecta armonía con melodías que forman bucles de manual, perfectamente cerrados y aparentemente infinitos. Qué sencillo parece crear la atmósfera apropiada y qué difícil es conseguirlo: el respetable estaba enganchado, se había convertido, sin dudas, a una fe que no presume de letras, que no levanta castigos ni forja milagros. La fe del Altar.

Pero hagamos un poco de “quiénes son estos”, para los neófitos que se pasean por estas líneas del purgatorio. El Altar del Holocausto, cuyo nombre proviene de una cita bíblica (Éxodo 27:1-8, por si sentís la divina llamada), es un grupo procedente de Salamanca, una ciudad, a mi parecer, muy similar a Santiago. Estos charros son independientes (autogestionan su carrera) y han publicado 3 discos: -HE- (2013), -SHE- (2015) y el homónimo “El Altar Del Holocausto” (EP, 2016).

La banda está formada por cuatro miembros cuyos nombres reales se mantienen en el más escrupuloso anonimato, con fines dramáticos del guion, y cuyos apodos trascienden a la esfera humana para tornarse sagrados en la mente de sus fieles: dos guitarras, Weasel Joe (digamos guitarra I) y Reverb Myles (digamos guitarra II), un bajo, Skybite, y un batería, Reaper Model. Una formación en la que cada uno aporta su granito de arena, nadie destaca sobre los demás. En suma, ellos son la Comunidad que su religión necesita para predicar con el ejemplo.

Su estilo se regocija en los sonidos más pesados del Doom, los más hipnóticos del Stoner y los más necesarios de un Post Rock tardío. Una mezcla que nos zarandea, sin despertar lamentos, por el límite de la vida y de la muerte, llevándonos, con la distorsión más turbia, a la más pura agonía del averno y transportándonos, con limpios exageradamente reverberizados, a territorios de un paraíso celestial donde el tiempo es un factor superfluo.

Y este es el lenguaje que construyen sobre las tablas, por eso es lento y por eso no echa en falta la palabra: el público debe sentir, debe confesar sus pecados y debe hacer penitencia poniendo la otra oreja, si es menester.

Todo llega a su fin, sea cual sea ese; las manos en alto indican un gozo generalizado, un clímax en el cual los presentes regresan, inevitablemente, a lo terrenal, tras hora y media de eucaristía, sermón y de comunión de cervezas; respetando el corte instrumental de la noche, poco más que añadir a esta carta a los dichosos Corintios.

Así que, con la bendición del Altar del Holocausto, os dejo con el título de la última canción que sonó en la noche, su Ep de 2019:

El Que Es Bueno, Es Libre Aún Cuando Sea Esclavo;

El Que Es Malo, Es Esclavo Aunque Sea Rey

 

Saúde!

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