La historia de la música ha estado desde siempre llena de “perdedores”, de actores secundarios de un caprichoso guión que un tal Mr. Dolar se ha ido encargando de escribir. Los popes de la sagrada cofradía de las listas de éxito y los números uno les han dado la espalda por las más variopintas razones. Los han retirado del Gran Circo empujándolos a la “clandestinidad” del pequeño tugurio para uso y disfrute de los enterados de turno. Los artesanos han sido eclipsados por las “grandes marcas” de la industria.

Uno de estos desheredados, uno de estos poetas malditos del rock&roll, regresaba a tierras gallegas: el señor Willie Nile, quien con sus casi setenta años, volvió a regalarnos una de esas noches que uno guardará para siempre en el cajón de la memoria. Otra más y van… Cuando uno lo da todo encima de un escenario, convierte su show en algo único, irrepetible. Los incondicionales lo esperábamos y, por supuesto, él no iba a defraudarnos.

Comenzó la noche al ritmo de “Runnin’ down a dream” de Tom Petty. ¿Acaso se puede comenzar de mejor manera?. Claro, el respetable, no más de media entrada, conectó desde el primer riff con el de Buffalo. Comunión plena entre frontman y audiencia, refrendada por una banda que se acopla a la perfección para esta gira: Juanjo Zamorano al bajo, Jorge Otero a la guitarra y Danny Montgomery a la batería. Otero (Stormy Mondays) es ya un fijo de las giras peninsulares de Willie y se nota. Su labor de escudero, no sólo a las seis cuerdas sino también en tareas vocales, nos hace no echar de menos a los oriundos que usualmente acompañan al músico allá por los USA.

La noche va desgranando temas imprescindibles del repertorio del señor del Greenwich Village: “This is our time”, “Black magic and white lies” o “Forever wild”.

En mitad del bolo, la fiesta y el despendole dejan paso a la elegancia y a la sutileza que sabe transmitir como nadie detrás de un piano. Las notas de “Streets of New York” y su sentida interpretación sobrecogen a un público en silencio, atento y complacido. Continúan un par de temas de su último disco: “Positively Bob”, homenaje al judío de ida y vuelta: el señor Bob Dylan.

Termina con sus clásicos coreados por los presentes a pleno pulmón: “If I ever see the light”, “House of a Thurders guitars” y “ You gotta be a Bhudda in a place like this”.

La gente pide más, pero han sido casi dos horas de desenfreno. Los años no pasan en balde. Se lleva la mano al corazón repetidas veces, y uno no sabe si en señal de agradecimiento o indicando que su capacidad cardíaca está en los límites que su edad le permiten.

Dedicatorias, fotos y agradecimientos.

Si su salud lo deja, volverá. Yo también...

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