Hace 25 años, en algún lugar del norte de Alemania, Kai Hansen decidió ser fiel a su modo de entender la música y fundó Gamma Ray para volver a sentir las raíces más profundas de un Helloween que creía perdidas. El señor Hansen es un pedazo de historia, un par de capítulos de la teoría de cuerdas comprensible y, sobre todo, es una muestra irrefutable de que existe un universo heavy metal que lucha día tras día por expandirse en lugar de desaparecer. Materia oscura en estado puro que algunos privilegiados pudimos degustar, en la Sala Capitol de Santiago de Compostela, un ya lejano 15 de noviembre de 2015.

Sus rasgos y cuerdas vocales reflejan ese paso del tiempo del que nada ni nadie puede escapar, sus ojos se esconden en hoyuelos forjados en el goce y disfrute de haber visto a millones de personas vibrar con su música; sus canciones han vivido en un walkman, que se ha perdido un par de clases de instituto sin darse cuenta, han girado en un tocadiscos, mientras algún vecino se convertía en crítico musical y la policía en su club de fans. Esas mismas canciones, años después, se mudaron a un discman, viendo crecer a otra generación medio perdida entre dos mundos; y al final, todas han entrado irremediablemente en esa extraña era de internet de la que nadie parece estar a salvo.
 
 

Ocho y media de la tarde. No queda nadie a las puertas de la Sala Capitol. La expectación es tan grande que hasta el cigarro se aparca a medio camino para no perder ni un solo instante de esta noche de metal de primera. Lleno absoluto: Santiago se viste de gala con sus mejores tachas. Cuesta trabajo abrirse paso entre el público pero no importa: el ambiente es el esperado y el merecido para un evento de esta magnitud.

Primer asalto. Los británicos Neonfly estrenan el escenario y lo hacen con mucho entusiasmo; el primer tema, Whispered Dreams, ya revela sin tapujos la juventud de sus integrantes que rezuman, por todos lados, unas ganas tremendas de agradar y comerse el mundo. Es una gran responsabilidad ir de gira con uno de los grandes; por no hablar de ser siempre el primero en abrir cada uno de los conciertos o del hecho de salir a tocar con la portada de los Serious Black como telón de fondo; mas todo esto no parece intimidarles ni lo más mínimo y mucho menos se podría decir que les quede grande el reto. A pesar del poco tiempo del que disponían, supieron mostrar en gran medida las facetas que esconde su segundo y último trabajo hasta la fecha, Strangers in Paradise. Su estilo crece en cimientos de power metal que se funden rápidamente en tendencias que van claramente hacia lo melódico, con ciertos aires de hard rock intermitente (aunque en ocasiones rocen peligrosamente a Bon Jovi), con cambios de ritmo seudoprogresivos y una dosis equilibrada de fusión en un estilo más actual donde se materializan influencias de grupos como Disturbed.

Eso sí, a estos elementos les faltó uno clave para formar el todo: la producción. Supongo que a día de hoy, por desgracia, todos hemos aceptado con pasmosa resignación la consigna de que al salir un telonero al escenario, su sonido será siempre infinitamente peor que el del cabeza de cartel: no solo en calidad, también en potencia, claridad y volumen. Siempre me parecerá un signo inequívoco de cobardía el hacer uso de tal artificio, inri en este caso cuando Gamma Ray no tenía necesidad alguna de llevar ventaja para salir airoso. 

 
Volviendo a los Neonfly, la nota curiosa de su actuación la puso el guitarrista Frederick Thunder, ataviado con un plumaje que le permitía encarnar al pájaro que da forma, en esencia, al anagrama de la banda. Observando esas plumas y cayendo en la cuenta de su origen mexicano (que le permitió dirigirse al público en español), al acabar el concierto me quedé con ganas de escuchar Aztec Gold, temazo instrumental que se incluye en el album que venían presentando, pero, en 40 minutos, no se puede hacer mucho más.
 
Es cierto que, con esta peculiar receta, resulta complicado agradar al público más purista sin embargo, hay que admitir, y resaltar, que el resultado final es algo medianamente fresco que no habrá que perder de vista en un futuro próximo aunque sólo sea por comprobar en qué clase de pájaro llega a convertirse Neonfly.
 

Nueve y cuarto. Con rigurosa puntualidad comienza el segundo pulso de la noche. Serious Black sube a la lona y poco tardamos en confirmar que Thomen Stauch, exbatería de Blind Guardian, no está entre sus filas. Una gran decepción ya que muchos de los presentes se morían por ver en acción a ese astro de las baquetas que deslumbró a medio mundo con sus habilidades en, por poner un ejemplo, ese fantástico A Night at the Opera. De igual modo, el otro responsable de la formación de esta banda, Roland Grapow (Masterplan y exguitarrista de Helloween, donde sustituyó al propio Kai Hansen), no está en el directo. De “supergrupo” a cuasi desconocidos.

De cualquier forma, la contrarreloj de las actuaciones no dejaba espacio a quejas o lamentos. Con la intro Temple of the Sun el grupo franco-austríaco (uno ya se pierde en la ONU de las formaciones) iniciaba el concierto para presentarnos su nuevo disco, As Daylight Breaks, donde está enmarcado este tema que sirve de hilo conductor hacia el metal con recuerdos del antiguo Egipto que se aprecia, sin mucho esfuerzo, en Akhenaton. 

 

A pesar de las ausencias ya comentadas, su cantante, Urban Breed, es capaz de echarse el grupo a sus espaldas interactuando continuamente con el público y demostrando una y otra vez su capacidad vocal manteniendo constantemente la afinación. Urban se mueve de un lado a otro del escenario, busca la complicidad de sus compañeros y desafía, en todo momento, con su mirada a un público que, poco a poco, empieza a despertar de su letargo. A eso ayuda el truco de hacer una versión de los Kiss en mitad de la actuación (aunque solo encaje a martillazos en su repertorio) y también toda la fuerza del power metal que otorgaron High and Low y un cierre de alto voltaje llamado I Seek No Other Life donde, inconscientemente, ya empezábamos todos a respirar la inminente llegada de los Gamma Ray. 

 

Diez y media. Las luces se mueren, el silencio provoca al instinto del público y este ordena un par de pasos hacia delante a una jauría de metaleros que parece anhelar la conquista del escenario. La inconfundible intro Welcome comienza a sonar, los focos apuntan, al ritmo de la música, hacia el rostro de un esqueleto trajeado, con chistera y cetro de mando que preside la fachada del escenario (portada de la edición 25 aniversario del Sign No More). Uno a uno, entre aplausos y gritos de salvajes celtas en peligro de extinción, van ocupando su puesto los integrantes de la banda hasta que un saludo de Kai Hansen y tres golpes en los platos nos confirman que Heaven Can Wait va a estallar de un momento a otro. Y fue así, repentinamente, una intensa luz azulada se apodera del escenario, poniendo al descubierto un generoso arsenal de pantallas y altavoces, mientras un torrente musical nos golpea sin contemplaciones: potencia y nitidez a partes iguales; cada elemento se distingue a la perfección de los demás y uno tiene casi la sensación de estar metido en un estudio de grabación; pocas veces he sentido tanta magia en la Capitol demostrando con creces las enormes posibilidades de la sala y sirviendo de recibo exclusivo para el hecho de ser considerada un referente nacional como espacio sonoro. 

 
Vaya espectáculo, no llevan ni dos compases y el público ya se ha entregado a cantar con Kai Hansen; cuernos y más cuernos, botes y más botes, todo se mueve al son de ese primer single del album Heading For Tomorrow que, casi a la par que el grupo, ha cumplido ya un cuarto de siglo.

Redoble y seguimos, ese riff poderoso y medio hipnótico de guitarra nos transporta de lleno al tercer volumen de la discografía; y es que, Last Before The Storm, es un auténtico himno cuyo estribillo invita a cantar en masa a pecho descubierto, en plena noche, alrededor de una hoguera, hasta el amanecer. Cambios y más cambios de ritmo que no hacen otra cosa que prender más y más la mecha del respetable.

Y entonces Kai Hansen decide invocar la tormenta de la controversia: sale a escena la última incorporación del grupo, Frank Beck. Con Fight y One With The World comprobamos una cosa: la voz de Beck empasta bien con la de Kai y cumple el trámite de quedarse al frente del micro en solitario pero sobre todo lo logra porque el sonido general de la banda es un regalo para los oídos. Es comprensible que la voz del pelirrojo ya no pueda aguantar el trasiego diario de una gira mundial, es aplaudible que decida que alguien deba ayudarle con las voces pero es evidente que el señor Beck no está a la altura del nombre de Gamma Ray. Nunca podrá ser un frontman a este nivel, no tiene dotes para ello ni la suficiente calidad para desempeñar el cargo. Se ve de lejos quién no es una estrella aunque sepa beber entre ellas. Frank Beck es, o deseo que deba ser, simplemente un apaño para un par de días. 


Con I Want Out se desata el infierno en la sala. Los tonos rojizos y anaranjados de los focos permiten ver de forma cristalina como todo el mundo está disfrutando de la fiesta. Hasta los del gallinero cantan como Poseídos (véase la enciclopedia del rock ourensano); y es que este tema, de la época Helloween del señor Hansen, es pura dinamita a mitad de concierto. Está claro que Kai sabe medir muy bien los tiempos. Tanto fue así que Gamma Ray se permitió la concesión de llevar la canción, en su parte final, hacia un mundo alejado y reaggeniano que parecía elucubrado por los mismísimos The Police.

Valley Of The Kings nos devolvería a la esfera gammarayana más profunda para finalmente embarcarnos sin billete de vuelta a un siempre freddiemercuryano The Silence que va de lo melódico a lo cañero en un abrir y cerrar de ojos y que, nota tras nota, te convence, con mucho tacto y elegancia, de que los artistas necesitan abandonar el escenario para tomar un respiro.

Sin embargo, este no era el último acto y no tuvimos que esperar demasiado a que Michael Ehre, quien se incorporó en 2012 a la formación alemana, volviese en solitario para hacernos una extensa demostración de la que se puede montar con una batería, un público con ganas de mucha troula y, como excusa para percutir sin complejos, el tema que John Williams compuso para la banda sonora de Superman.

 
Seguimos porque Dirk Schlächter no quiso ser menos; cogió su bajo y se marcó un bien merecido solo. El bajista es de los más expresivos y carismáticos del grupo. Durante todo el concierto se le ve gozando con lo que hace, poniendo caras de película de cine negro, sonriendo macabramente como el que más y moviéndose al ritmo de la música como mandan los antiguos cánones del heavy metal. Lo que haga falta, vamos. En ese solo pudimos certificar con matrícula que Dirk es capaz de hacer con un bajo lo que otros solo podrían hacer con una guitarra: por algo fue guitarrista de la banda en los dos primeros discos.
 
 
Aún quedaba noche para rato. En medio de una ovación cerrada regresa Gamma Ray al completo y no tarda en sonar esa melodía inconfundible y esperada por muchos: I-llu-mi-na-ti... Obviamente Induction marcaba el inicio de la segunda parte del concierto que echaría más leña al fuego, si cabe, con una de las canciones que más me motiva de este grupo: esa explosión musical de aires soviéticos que ellos llaman Dethrone Tyranny mientras el resto perdemos el cerebro sumergidos en el magnetismo del compás.
 
¿Exhaustos estaban o exhaustos estábamos?, no me decido, el caso es que la descarga continuaba adentrándonos de lleno en una época más reciente de Gamma Ray reflejada en los temas Empathy y Master Of Confusion; este último pisa tan fuerte, y deja tal huella, que es de agradecer que lo toquen justo antes de un medley formado por un tridente de escándalo: “Rebellion in Dreamland”, el axioma de axiomas “Heavy Metal Universe” y otra mítica de los años de Kai en Helloween: “Ride The Sky”. Mientras el público en su totalidad digería, entre espasmos, el paso de esta locomotora alemana, la banda disfrutaba del triunfo sobre el escenario poniendo fin a este último acto entre solos de guitarra y revoluciones power metaleras a punto de reventar: "Somewhere Out In Space".
 
 
Pero allí... hasta que el cuerpo aguante, nadie quería irse, nadie deseaba parar de escuchar Gamma Ray ni decir adiós a una noche tan intensa como divertida. Sin hacerse de rogar demasiado, entre gritos de júbilo y aplausos de agradecimiento sincero, a los pocos minutos, la banda aterriza una vez más para quemar las últimas naves con tres misiles de largo alcance: Heading For Tomorrow, Avalon y, como no hay dos sin tres, un Send Me a Sign por el que muchos suspirarían ser autores y que pide a gritos poner el broche de oro a cualquier directo que se precie.
 
Gamma Ray, una noche grande en el recuerdo y que cumplas muchas más.