El otro día, me preguntaba un colega, si después de tantos años escuchando los mismos géneros y subgéneros musicales, mi capacidad de sorpresa no se veía mermada. Le contesté que por supuesto que sí, pero que la pasión y sentimientos que despiertan en mí esos estilos, permanecen intactos. Y es que llega un punto, cuando has escuchado tantos géneros diferentes, que no vale la pena forzar y desde luego - para el que esto escribe - esto no es una competición por ver quién es más abierto musicalmente.
Aquí se trata, nada más y nada menos, de disfrutar, de sonreír con una canción, de llorar emocionado o de bailar como un maldito. La música, como goce. No hay más. Después de probar el bacalao varias veces – por muy estimado que este sea –, de conducir un Lamborghini o de darle varias oportunidades al gran estreno cinematográfico del año, si algo no entra, no entra y vuelves a lo que te conmueve.
En esta vida hay cosas que gustan y otras que no gustan y creo en el arte más como un disfrute – aunque tus inclinaciones sean más limitadas – que como un cajón desastre en el que prime el conocimiento más completo por encima de una pasión más “restringida” (que algo de eso también hay en estos tiempos “modernos”). ¿Cuántos minutos de tu vida debes de (mal) gastar hasta que te acostumbres a ese disco, a esa banda o a ese estilo que tanto te recomendaron y que en principio no te dice nada? Al que le guste de todo, en sumo grado y en cualquier momento, solo puedo respetarlo, felicitarle y darle un aplauso. No es mi caso y ya que estamos...suelo desconfiar de las personas que afirman eso. Es lo que hay.
Este preámbulo sirve como nexo de unión para otro de esos discos que no inventan ni innovan nada, pero que suena a clásicos instantáneos.
Retrocedemos hasta el año 1979, para recomendar el estreno discográfico del grupo angelino, de The Last y de su álbum “L.A. Explosion”, editado por el sello discográfico BOMP!, que resultó ser su cancionero más inspirado..
Un disco en el que prima una etiqueta un tanto ambigua como es el power-pop – traducido literalmente como pop poderoso – que no es otra cosa que la construcción de inmediatas y adictivas melodías que se repiten (sobre todo en los estribillos) con la sonoridad eléctrica del rock – a veces con un sonido eléctrico más refinado y menos crudo, como el sonido de las guitarras Rickenbacker que tanto beben del folk-rock – y unas voces de timbres diáfanos y muy armonizadas. Yo, por lo general, suelo llamarlo pop-rock.
Ahí tenemos ejemplos de guitarras eléctricas tintineantes, como es el caso de la inicial “She Don't Know Why I'm Here” - con dos pasajes en los que el riff y el incendiario solo de guitarra son puro rock,n,roll – , “Looking At You”, o esas, por momentos, interpretaciones vocales que supuran punk, como es el caso de “Bombing Of London”, “Walk Line Me” - de cadencia “reggae” - “A Fool Like You” o el caso más claro de todos, que es “I Don't Wanna Be In Love”. También nos encontramos con candorosos y soleados temas como “Every Summer Day” - con uno de esos excitantes solos de guitarra eléctrica de sonido esquelético que tanto nos gustan – o el piano machacón de otro tema “chicloso” como es “The Rak”. “Slavedriver” es un rock con roll de influencias 50s mientras que “Be Bop A Lula” es una original y muy lograda recreación del clásico de Gene Vincent, en el que destaca un órgano psicodélico, unas notorias modulaciones vocales y un ondulante ritmo. Y guardamos la joya de la corona para el final. Un tema que en su momento podrían haber firmado perfectamente The Beatles. Una perla pop melódica, perfectamente construida e interpretada. Hablamos del enternecedor corte número dos, titulado “The Kind Of Feeling”. Una de esas canciones por las que vale la pena agenciarse un disco.
Aquí, continuamos degustando los platos de siempre, cocinados y aliñados de maneras diferentes. Si lo nuestro no es el pescado o los vegetales...¿para que vamos a insistir?.