Hoy tengo una debilidad que reconocer ante ti; su nombre, Metallica y su origen, de combustión espontánea en mi adolescencia; he aprendido a controlarla, no cunda el pánico, porque caí de cabeza en los gustos de otros, en ese precioso gesto conocido como intercambiar cultura entre amigos, para darme cuenta de que hay muchísima música por descubrir y disfrutar en este jodido planeta. Mas, a la par, he sabido mantener viva su llamada porque las raíces de cada uno, más allá de ocultarlas o pegarles un tiro en la nuca, deben regarse con la frecuencia adecuada que marca la humildad de no olvidar dónde hemos "nacido".
 
No había telón de fondo sino una oscuridad absoluta que resultó mucho más apropiada para iniciar el banquete musical que teníamos por delante. Palacio de Congresos de Santiago de Compostela, 2100 personas, de los más variopinto por cierto, abarrotan, puntuales y claramente espectantes, las butacas para asistir a un concierto de Apocalyptica (organizado por la promotora gallega Esmerarte) con la excusa del 20 aniversario de la publicación de su disco de versiones de Metallica el cual vendería más de 1 millón de copias en todo el mundo tras salir al mercado.
 
Cuatro potentes focos cenitales apuntan respectiva y directamente al violonchelo que les ha tocado destacar esta noche mientras, desde el suelo, otras luces proyectan la sombra de los cuatro apocalípticos sobre unos lienzos que se sitúan estratégicamente como imagen de cierre formando un microcosmos que etiquetaremos como escenario; el público aplaude y jalea sin pudor, nada más asomar la banda, mostrando sus ansias de hora señalada, descontroladas y carentes de mesura, en este primer viernes del mes de abril. Ya es primavera en CanedoRock.
 
Pongámonos en contexto, profanos. El violonchelo es lo más parecido a la voz humana, un instrumento de 4 cuerdas que se enmarca en la familia del violín si bien se sitúa a medio camino entre la viola y el contrabajo. Como solista tiene su auge en el clasicismo, gracias al gran número de conciertos y sonatas creados por dos genios del pentagrama: Haydn y Beethoven. De su sonido podría decirse versatilidad ya que puede pasar, sin despeinarse, de unos sensibles y sugerentes agudos a una gravedad que estremezca por dentro estirando el alma hasta incluso despedazarla con golpes secos de arco tensado. Además, el rasgueo del arco contra las cuerdas otorga ese overdrive de clase A, extremadamente calculado, que permite a Apocalyptica poder vestir de clásico el metal sin que nadie pueda poner el grito en el cielo con la palabra sacrilegio: el resultado es, como mínimo, nítido, respetable y agradable al oído.
 
Vaya modo de pulsar el botón de encendido, cabalgamos con gusto por uno de los temas más conocidos de los homenajeados, el corazón de una de las producciones de sonido más refinado, pulido y estudiado del thash metal: Enter Sandman, del Black Album. "Exit light, enter night" resuena sugestivamente en nuestras cabezas hasta que el señor de los hilos nos muestra sus poderosos y afilados dedos para avanzar en el setlist preparado por los finlandeses: Master Of Puppets. Dos temas y la artillería pesada sobre la mesa, está claro que no temen al fracaso.
 
 
¿Pero quiénes son estos tíos? Eino Matti Toppinen, más conocido como Eicca, empezó con el chelo a los 9; Perttu Kivilaakso lo hizo, como algunos maestros, a los 5 añitos y Paavo Lötjönen, que cita como influencias a Paul McCartney y Rostropóvich, al igual que Antero Manninen llevan tocándolo desde los 7. Nace así Apocalyptica, en 1992, en la prestigiosa academia de música clásica Sibelius, en Helsinki, donde estos cuatro amigos de pupitre, callos en los dedos y dictado musical acaban haciendo versiones de sus bandas favoritas por diversión, por desconectar de la norma, con la diferencia de que no son guitarras eléctricas sino violonchelos lo que usan. Como casi todo grande, de tocar para colegas y en pequeños bares de la zona, la historia pasó a un plano mucho más elevado del que habrían soñado nunca: telonear a Metallica, grabar 8 álbumes de estudio, participar en los mejores festivales de metal del mundo y, en resumen, ganarse el respeto de todos acercando dos mundos tan distantes, en apariencia, como la música clásica y el metal.
 
Parada obligada, el respetable aplaude, se levanta tímidamente, silbando y aullando para compensar, y vuelve a darle a las palmas con ritmo de victoria; Apocalyptica agradece pero hay que proseguir: Harvester of Sorrow me devuelve a aquel Monster Of Rock de 1991, en un velódromo de Moscú, en plena crisis de Gorbachov, en el que mientras tocaba Metallica (junto a Pantera y Ac/Dc, nada menos) esta canción tan apropiada para el momento, frente a más de medio millón de personas (se habla incluso de hasta 2 millones) helicópteros y ejército intentaban contener con violencia a una juventud que no podía aguantar más palos de miseria; agridulce respiro, imagino.
 
Vuelve la tenebrosidad total, rota por luces rojas que resetean mis pensamientos y los redirigen hacia esas primeras notas de lo que se entiende por balada heavy: The Unforgiven; no puedo evitarlo, tengo tan trilladas estas canciones que en mi sesera se escucha más alto el tema original, incluso la voz de James Hetfield, que los propios chelos y me doy cuenta de que Apocalyptica no calca los temas: los lleva a su terreno haciendo auténticas adaptaciones que respetan la naturaleza y esencia de los de San Francisco para que nadie se pierda por el camino. Mis sentidos me hablan de banda sonora, la película está en mi imaginación y deseo que en la del resto de los que me acompañan en esta velada porque así lo estoy disfrutando en mi interior.
 
Sad but True, Creeping Death, Wherever I May Roam y Welcome Home (Sanitarium) completan esta primera parte que, por el sinfín de aplausos entre canción y canción, no pareció dejar descontento a nadie en la sala. Eso sí, hay que decir que se hace raro, casi frío, sentir este tipo de música sin que ni público ni artistas rompan del todo el maldito protocolo clásico, la formación cuadriculada de localidades preestablecida y levanten su culo del asiento para gritar Rock&Roll y romper la cadena que los mantiene presos del rebaño. Tranquilos, aún quedaba mucha noche por delante.

 
Tras un descanso, en el que aprendimos que no siempre es posible fumar un cigarro cuando a uno le apetece, llegó un aguardado segundo acto en el que entraría en escena un nuevo instrumento: la batería. Qué curioso: hace falta sólo una decepción para calmar todas las ganas del mundo; es verdad que esa catedral de la percusión que se gasta Mikko Sirén es cuando menos impresionante de ver; sin embargo, en cuanto esas baquetas azotan el bordón, ese sonido de planta de reciclaje, de maquinaria industrial taladrando en la resaca de un trabajador alienado, me quedo helado recordando el disco en el cual ya no pude seguir a Metallica: St. Anger. Si a esto le sumamos el hecho de que la mitad de los ritmos son una simple comparsa para los chelos... Sinceramente, compro la idea del formato de cuatro cuerdas de la primera parte (y mi imaginación), al menos hasta que alguien como Dave Lombardo decida contarme que esto puede perpetrarse y hacerse sonar de otra manera (véase el álbum Reflections de la banda).
 
Dejo a un lado mis paranoias personales y avanzo porque el público se ha levantado, empieza a cantar y se va concentrando al pie del escenario: esto ya parece un concierto. Toppinen y Kivilaakso han sacado sus ropas heavys del armario y, salvo el imperturbable Manninen que sigue sentado, con cara de malo, traje impecable y gafas oscuras, todos se animan a pasear sus chelos a lo largo y ancho del escenario. El más crispante es Lötjönen: no para, desde el inicio, de señalar, animar, sonreír, provocar y pedir al público que se venga arriba: le gusta su papel y no deja de representarlo ni por un instante; más que finlandés nos pareció gallego desde la distancia.
 
 
En cuanto al repertorio, en este segundo asalto se dejarían ver sobre todo temas del disco Ride the Lightning: "fue el primero que compré porque era el más barato", dijo el líder de la banda, Toppinen, entre risas. Así fueron desfilando Fade to Black, For Whom the Bell Tolls, Fight Fire With Fire y Escape. Completarían Until It Sleeps, del incomprendido Load, una brillante Orion en la que la combinación de los cuatro chelos me trajo la viva imagen de Cliff Burton al cerebro; Battery, el núcleo del Master Of Puppets en el que Manninen rompió su saber estar para mostrarnos cómo se toca un chelo que echa humo saliendo de una calavera que parece la puerta al mismísimo averno, y la traca final, Seek & Destroy, que intercalaría unos compases de Thunderstruck para deleite de las primeras filas.
 
Y ya se sabe que todo lo bueno se acaba, tras más de dos horas de concierto, dos clásicos como bis: Nothing else Matters, en el que los gritos de grupi en los primeros instantes hablan por sí solos sobre lo archiconocido y desgastado de la canción y One, ese temazo del And Justice For All que describe con rabia la película Johnny cogió su fusil. Apocalyptica ponía fin de esta guisa a un homenaje que, al menos, para todo fan de Metallica, valió con creces el precio de la entrada.