Lee Fields
Una vez al año ocurre el fenómeno. Outono Códax Festival es ese encuentro casual con una música que parece esconderse de nosotros, que muchos encuentran familiar y cotidiana pero que muy pocos se molestan en rescatar en directo para disfrute de todos. Parafraseando a Lee Fields, “la gente dice que el soul ha vuelto. Es curioso, para mí nunca se fue".
 
Soul. Esa palabra capaz de retorcer a sangre fría todas tus entrañas en un par de compases. Soul. Ese grito que se despelleja a sí mismo hasta límites insospechados para dibujar con soltura las más profundas emociones del ser humano. Soul. Esa estrofa que termina en silencio de sonrisa o ese hammond que se apropia del mundo mientras los vientos de una trompeta reescriben la historia. Soul. Tan curiosamente indefinible como necesario, tan viejo y a la vez tan vivo, cercano; un eterno pasajero que resiste, como pocos, el paso del tiempo sin perder ni un ápice de actualidad.

Sed puntuales!, rezaba la consigna en las redes sociales pero la realidad es que en la Sala Capitol, a las 21:00 casi había más gente trabajando que asistiendo a un concierto. Es triste que haya voces que pongan el grito en el cielo por el precio de una entrada y luego se permitan el lujo de fumarse a los teloneros por, digámoslo claro, menosprecio a quien está empezando a jugar con las notas. Y sin embargo, resulta ineludible aplaudir el empeño de este festival por hacer siempre un hueco a la escena musical gallega en todas sus ediciones: para que alguien sea mañana una leyenda, primero hoy debe recibir el apoyo de sus vecinos.
 
 El caso es que quince o veinte minutos después de las nueve, los gallegos Hellbuckers arrancaban una nueva edición del Outono. El cuarteto está forjado en rock y blues eléctrico que se incendian rápidamente del soul que desprende la versatilidad de su cantante, Carla de Figueredo, que se atreve con todo: arma de doble filo ya que no siempre el resultado está a la altura del ejercicio realizado y aún así es indiscutible que su voz es poderosa y que su potencial clama a los cuatro vientos que todavía tiene muchas cosas que decir en el mundo de la música. En la guitarra encontramos a Chewis, con claras influencias del rock de los setenta y un sonido sureño que parece invocar, por momentos, al surf y al blues más explosivos. Completan el cuarteto Cudi al bajo, que disfruta como un enano todo el concierto (así da gusto), y Marcos a la batería quien se aprecia visiblemente concentrado en todo momento para que cada golpe llegue a tiempo a su destino.

Con esta receta Hellbuckers presentaron su último disco “Demons”, con un repertorio muy variado, potente, intenso, que no dejó indiferente y con el que disfrutamos de esa primera copa mientras nos frotábamos las manos pensando en lo que estaba por llegar...
 
Hellbuckers
 
22:30. A reventar de público The Expressions hace los honores con el tema instrumental All I Need; un tema sencillo, lento y marcado, con tintes de funk y ecos claros de un soul que acecha con despertar de su letargo. Jason Colby a la trompeta y Leon Michels al saxo son un bloque de seriedad y de saber estar: sacan a pasear los vientos cuando toca y los silencian con elegancia para que la voz de Lee Fields se ocupe del resto. En la batería encontramos esa clase magistral de “mira lo que tal se puede hacer con dos platos, una caja y un bombo”: genial Calvin Rosko. En el bajo, Benjamin Trokan es ese falso director con batuta invisible: pendiente de todo, y de todos, y haciendo esos coros que alimentan como agua de mayo al líder de la banda. Completan el sexteto Toby Pazner a los teclados, para traernos ese sonido a medio camino entre el gospel de una iglesia Baptista y el funky discotequero de los setenta, y un guitarrista aderezando ese toque funk de los teclados, que apenas se apreciaba en volumen, y cuyo nombre no ha trascendido pero que todos sabemos que estuvo allí.
 
The Expressions es más un todo que un conjunto de individualidades, es un sonido madurado, sin alardes ni virtuosismos aparentes, bien definido, en el que uno puede distinguir perfectamente todos sus elementos pero sólo la suma podría otorgar lo que Lee Fields necesita: una banda.

La instrumental acaba, el bajista Benjamin Trokan da paso al que todos estábamos esperando: Elmer “Lee” Fields, esa voz que nace en Carolina del Norte allá por el año 51, que crece, como no podía ser de otra forma, en el ritmo del coro de una iglesia local para emerger casi en los setenta y ser apodada “Little JB” vinculándose a bandas como Kool & The Gang, Sammy Gordon o Little Royal. Y es que poco tardas en percibir, aún ahora, el parecido, tanto físico como musical, entre este hombre y esa estrella indiscutible de la música negra que todos conocemos con el nombre de James Brown. Mas la fama es caprichosa, y muchas veces injusta y despiadada, y eso hace que el talento termine apilado en la montaña del olvido musical tardando décadas en salir a la superficie y ser reconocido como se merece. Por eso el Señor Fields resulta un perfecto desconocido, para casi todos, que parece haber surgido de la nada en 2002 junto a su actual banda, The Expressions. Nada podría estar más lejos de la realidad.
 
Retomo el momento, que me pierdo en la historia, Lee Fields cruza el escenario, con un traje color "todos los que me echen", desprendiendo ritmo por sus cuatro costados, ¡vaya fiesta en sus venas!, se mueve al son de la música como si naciese de forma natural en él, como si le diese una vuelta en su cerebro que el resto no podemos alcanzar, pero sí sentimos al verlo, y agradece con sonrisas vestidas de carcajada la ovación de un público entregado a la causa desde el inicio. Suenan los primeros acordes de Just Can’t Win y con la voz exquisita del Señor Fields el soul se corona sin dificultades en la Sala Capitol; y uno se hace cargo de que estos dos temas sólo podrían estar enmarcados en un homenaje a una madre que da nombre al disco: Emma Jean.

Volvemos a calmarnos, o no... I Still Got It es ese medio tiempo que parecería la presentación de un grupo pero que se ve rápidamente interrumpido por un diálogo de trompetas y voces que terminan revolucionando el tempo en un final más propio de la locura de una fanfarria enloquecida por el soul instantáneo. Seguimos, en Talk To Somebody descubrimos esa voz que se quiebra y revive, ese encuentro “rockanrolero” entre Janis Joplin y Ottis Reading que nunca ocurrió.. Qué gozada para los sentidos...
 
Y así avanzamos, no pondremos más títulos, da igual, un tema y otro tema que surge de forma natural en el repertorio como la seda, y casi sin darnos cuenta, perplejos y embelesados hasta la médula, con la voz de un hombre en edad de jubilación pero con más vida que muchos recién nacidos, llegamos al último tema: Faithful Man, plagado de giros de cuerdas vocales que te dejan helado e inexplicablemente contento, que suenan a último esfuerzo, a darlo todo por un imposible, a sentir hasta un grado, enfermizo, de pagarlo caro, a añoranza y desolación, y que saben, amargamente, a despedida forzosa e inevitable. La música se desvanece, los aplausos inundan la sala, pero la voz de Lee Fields sigue siendo un llanto desconsolado que muere matando por ser liberado y que, al unísono, todo el público, sádicamente, quiere seguir escuchando en sus cabezas durante horas, días, meses e incluso años… Los artistas abandonan las tablas entre gritos mudos de “esto no puede acaba aquí”...

Bis! Esto no podía terminar de esta manera, cierto, aunque era un tema digno de cierre, regresa The Expressions con otra instrumental que nos permite soñar un poco más: Let´s go summertime, esa música que parece sacada del comienzo de una peli de los setenta cuando el director refleja el encanto de los barrios bajos de una ciudad americana desde los ojos de alguien que llega de visita (no me hagáis mucho caso, he perdido el sentido). Y ahí llega Lee Fields de nuevo, ha cambiado de ropa, vestido de blanco de pies a cabeza, y comienza el auténtico punto y final: Honey Dove. Y así, de esa manera, con esa alma saliendo por la garganta con los brazos extendidos, necesitada de una mano que está ya muy lejos para tocar, hablándonos de un amor que se ha ido para siempre, despedimos a este pedazo de artista: hasta la próxima, Señor Fields.