Lendakaris Muertos es un modo de vengarse de las urnas, un concierto donde las palabras banda y público son sinónimos en toda regla, sin excepciones; Lendakaris es una oferta prácticamente irrechazable para un sábado por la noche (por ejemplo); un directo que no admite actitud pasiva y un lugar donde la tregua es una utopía en la que nadie quiere confiar.

Eso, y mucho más, incluyendo a los vigueses Harry May, es lo que disfrutó, en Compostela, una sala llena de ganas de perderse en el fin de semana con la mejor de las excusas: la música.

Sábado 24 de febrero, dicen que llueve pero simplemente es invierno y así me agarré yo un resfriado que ha retrasado esta crónica... Pero que nos quiten lo bailao. A las 20:30h se abren las puertas de la mejor sala de Galicia, la Capitol. Legiones de “jóvenes de dni”, "viejóvenes de espíritu" a la par que, lógicamente, grupos de residentes (a tiempo parcial y completo) del Bar-tolo, se congregan durante el crepúsculo para desatar, sin tapujos ni reparos, todo el punk que han querido llevar dentro.

Sin embargo, a primera hora, cuando los vigueses Harry May toman el escenario, ejerciendo su noble condición de teloneros, media entrada ocupa su metafórica localidad. A veces un bolo es una excusa que presume de requerir demasiada preparación y, "de pronto" todos se pierden en un prólogo que tiene demasiadas líneas de bares…

Y aún así, esta relativamente joven banda, salió con decisión, y muchas pilas, a reivindicar un hueco, en la escena punkarril nacional, con actitud, presentando su trabajo del año, Flying Low. El nombre del grupo hace referencia a un anarquista americano englobado en el Movimiento Escuela Moderna, pero eso es otro cantar que dejo para vosotros como tarea voluntaria.

Es reseñable mencionar el hecho de que Lendakaris suele acompañarse en sus giras de grupos recién salidos del cascarón y que además son geográficamente afines al lugar donde celebran el concierto; todo un gesto que tiene un doble valor añadido: mejorar la escena local y colaborar en la salud del género musical en cuestión.

Retomo porque tenemos a los Harry May sobre las tablas dándolo todo. Supongo que sería por motivos logísticos, pero soy muy fan de esa apuesta en la que se sitúa la batería en primera línea de fuego. Cualquier técnico me echará un rapapolvo pero es que yo necesito tener un disparo de bombo en el pecho y la metralla de caja cayendo del cielo, esa peligrosa cercanía de la percusión me sumerge de lleno en la película, latidos.

El caso es que, los de la ciudad olívica, se sintieron próximos, hicieron un bolo muy serio, en el que dieron carta blanca a su sed de mostrar credenciales; con un estilo street punk de corte muy americano, no exento de tintes Oi!; destacaron por su capacidad de derroche, principalmente el cantante y el batería (disculpad, desconozco sus nombres y hay poca información en la red al respecto), siendo una fiel recreación de su nuevo álbum de estudio. Qué más se puede pedir.

Por tanto, un buen comienzo y buenas impresiones las que dejaron los Harry, en un show que nos acercaba a las diez de la noche, con una sala repleta de dinamita que ya empezaba a poblar con ínfulas todo el espacio disponible.

Y así llegamos a la hora señalada, la hora de esos navarros que un buen día, hace 20 años, decidieron proclamarse (sin referendum previo) como Lendakaris Muertos. Y eso es motivo de celebración, por eso presentan nuevo disco, "Mucho Asco (Casi) Todo" (16 minutos, ni los Slayer con el Reign In Blood fueron tan concisos), y nueva gira cuyo título, “20 años dándolo casi todo”, ya aventura, a los más despistados, lo que les espera hoy: un festival de punk, rock, combate, crítica, ironía y sarcasmo; ingredientes, todos ellos, agitados, o no, pero servidos con ingenio y mucho humor en litrona selecta. Bébase con responsabilidad porque estos tíos siempre tienen excedente de caña para dar y tomar; esperemos la tengan para seguir dando guerra, al menos, 20 años más: no hay quien los mate.

Se abre el telón, con La Internacional, himno del Movimiento Obrero, sonando, como ya es habitual, y los puños en alto asoman entre el público reforzando ese pequeño instante de solemnidad que será, paradójicamente, un preludio del kaos y la anarquía más absoluta: y qué bonito que sea así.

La inquietante portada de un político de cuyo nombre no quiero acordarme, obra del dibujante madrileño Mario Rivière, del nuevo álbum sirve de marco incomparable para la siempre efervescente salida de los integrantes de la banda. Y ya, de golpe, pisando a fondo y sin pedir permiso, comienzan su actuación y punto: estás o no estás, tú verás.

Lejía conejo”, del nuevo disco, es el primer zarpazo elegido por Lendakaris para prender la llama del descontrol. Temas cortos (esto no es rock progresivo) y rápidos (es punk de desacato y derribo), cargaditos de acidez y aparentemente faltos de respeto, formarán una sucesión meteórica que hará perder la cuenta hasta al más medido de la sala. Después de 4 o 5 canciones, que no serán mucho más de 10 minutos, la Sala Capitol estaba colonizada por las risas, el desenfreno, los cánticos por acto reflejo y el “buenrollismo” de levantar al que se ha caído en el pogo (sepáranse amistosamente, previo abrazo fraternal, sigamos cantando).

Porque la gran virtud de este grupo es hacer “creer” al público que forma parte del espectáculo, que forma parte de algún tipo de comunidad, tan efímera como imprevista, en anarquía no pactada. Ese difícil arte de provocar bien llevado, esa pequeña cerilla que prende a los pies de cada espectador para conseguir que se implique y que lo disfrute. “Es elegante esta falta de respeto”, mencionaba, pícaramente, un fan de los de séptima fila.

Aitor Ibarretxe es la voz cantante de este tinglado, un auténtico rey de los pirómanos, con una capacidad inaudita para incendiar, sin titubeos, bosques enteros de fans durante cada actuación. Un “señor imprevisible” que está siempre donde menos se le espera y también donde más se le desea, ya sea en las primeras filas, en las últimas o, sorpresa, en el mismísimo gallinero. Nadie está a salvo, no hay respiro.

En las guitarras encontramos a un nuevo fichaje, Ivan Karmona, sangre nueva, como decía Joxemi, en su comunicado de despedida, con un “es el momento de dejar su sitio a otro chaval”; y vaya si es nueva, rebosa vitalidad y suda la camiseta como el más veterano de la Kale Borroka.

Hablando de veteranos, en la otra guitarra tenemos a Asier “Aguirre”, unos de los padres fundadores del lendakariado, que regresa al grupo después de una década o, como dijo Aitor, “somos como los maiden, tenemos varios guitarras”. Y es que por mucho que digan, Lendakaris no es punk ortodoxo, es una criatura tan salvaje como irreverente que huye, cuanto quiere, de los cánones establecidos.

Pero toda maquinaria arrolladora requiere un núcleo incandescente que no desfallezca en el empeño, que se encargue de esa oscura pero bendita labor de mantener la intensidad de la música: ellos son, cual músicos del “Taitanic” en pleno hundimiento, pero en versión “héroes de la clase obrera”, Potxeta “Ardanza”, en la batería, y Jokin “Garaikoetxea”, al bajo. Incombustibles.

Y no hace falta más, ya están hechas las presentaciones, sólo falta decir lo evidente: estos 5 músicos se entienden perfectamente, saben moverse por el escenario, entre bastidores, saben buscar al personal, y demuestran en cada nota que lo están pasando bien. Nosotros también, así sí, fin de la historia.

Podríamos hablar de lo que sonó o de lo que no sonó, repasar los siete álbumes de la discografía y mencionar el orden en el que se tocaron más de 30 canciones pero, como ya habréis intuido, es lo de menos, no importa una mierda; Lendakaris es la excusa para que se active el “detector de gilipolleces”, porque “nunca más volverás a aplaudir en un avión”, porque “Ni sí, ni no, ni todo lo contrario” y porque esto “no va para nada de política, esto no va de apología del terror”.

Al llegar al concierto escuché a alguien decir “no sé, yo no llamé a nadie, vine porque tocaban Lendakaris”; y es que, por muchas veces que los veas, siguen siendo un par de horas para disfrutar y comprender, de cerca, lo que significa la palabra concierto y para recordar que lo que hace falta, cada vez más, es cuestionarse lo que está pasando y lo que nos están contando.

Y así, al filo de la noche, con Aitor atendiendo a media sala a pie de escenario (parecía un fotomatón), con esa humildad de quien no va de estrella, viendo como recoger la lona se convierte en una escena gore de una criatura engullendo a un político, llegamos al final de otra gran noche “lendakariana”.

Hasta la próxima.

 

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