Mira Maruxiña mirá, mira como veño. A veces una Sala Capitol llena hasta la bandera se pone de acuerdo para improvisar una crónica de concierto con ese cariño con el que sólo te lo podría contar, sin un tirón de orejas, una legión de seguidores que nunca te dejará solo.

Que tire la primera piedra quien no haya cruzado algún día en su vida el límite marcado por la compostura.

Cuando la progresión de acordes decide, unilateralmente, desaparecer del escenario, cuando hay un motín de letras que provoca desafortunadas mutaciones en los temas, sin previo aviso, o cuando tu guitarra opta por la huelga de afinación y tú no lo apuntas, hay que parar. Es inevitable y seguro que jode porque lo van a notar. Por eso Los Enemigos, en un ejercicio de humildad sano, pidió disculpas al día siguiente alegando una doble dosis de medicación por parte de Josele y ofreció a los asistentes la devolución del dinero de las entradas del primero de sus dos conciertos programados en Santiago (o la invitación al segundo como alternativa). Eso es cuidar a tus fans y se valora.

Viernes 11 de marzo, podría asegurar que el ambientazo que se respira en la Sala Capitol es un indicador indiscutible de que sigue ahí aquella realidad que se alejó de nosotros una pandemia y que ya parecía condenada irremediablemente a ser ficción en las series de “netflis”.

Mucho humo y luces rojas para levantar una expectación que se regodeaba en conversaciones distendidas, acaloradas y cargaditas de un “quieres otra birra”. Los Enemigos es, para mí, un caso serio de estudio. Un grupo tan querido que dicen “vamos a tocar” y salen hordas de fans de debajo de las piedras; me encontré conocidos que hacía años que no veía por la ciudad (y Santiago es un pueblo). Es casi como algún tipo de organización secreta pero sin ánimo de lucro ni caretas de V de Vendetta. Envidia de la buena.

Por el hueco de un alfiler me fui escurriendo, a trompicones, por la sala comentando la jugada con algunos de los presentes y, rápidamente, uno comprende perfectamente por qué Los Enemigos tocan dos días seguidos en el mismo lugar; allí había individuos que habían desafiado seriamente al precio de la gasolina para disfrutar de los dos eventos (haciendo pie en la pensión para no desfallecer en la gesta), otros que sentenciaban un “son Los Enemigos, no se puede faltar”. Respuestas que no admiten réplica y que justifican el “perdón enemigo” posterior.

El reloj se desmarca un poco de las diez en punto y las luces apuestan por colgarse un tono azulado para que salten a la pista, con traje y corbata, los cuatro integrantes de la banda. Chema “Animal” comienza con su espectáculo a la batería, un lujo con baquetas al servicio del rock nacional, y la distorsión da rienda suelta al tema “Mar de sendas” que abría la veda y dejaba carta de presentación del último disco de Los Enemigos cuyo título reza “Bestieza”. Llevaban una canción tocada y el respetable ya estaba dándolo todo cuando, con los primeros acordes de “Septiembre”, clásico de Enemigos donde los haya, habían descubierto que todavía quedaban muchos peldaños en la escalera del pasárselo bien.

Sin demasiado espacio entre canciones, pero sí tiempo para el ajetreo del refrigerio, caerían “Señora”, esa versión de Serrat que Los Enemigos hicieron muy suya, “Vendaval”, de su último disco, “Me sobra carnaval” y “Yo, el rey” donde ya, con cervezas en alto, las letras eran más del público que de la banda. No sé si encontrarán en todas partes este tipo de sano fanatismo pero, incuestionablemente, en la noche del sábado, quien sí dio la talla, todo el espectáculo, fueron las personas que acudieron a la cita para convertirla en una auténtica fiesta de la que fue un gustazo formar parte.

Supongo que sobran las presentaciones porque todo el mundo le llama Josele, como si no fuese un enemigo; él es el líder indiscutible de este grupo aunque, sintiéndolo mucho, esta no fuese una de sus mejores noches; son su inconfundible voz, su forma de no necesitar cantar como los ángeles y sus letras las que conforman la identidad de una banda que, después de un par de estrofas, identificas sin género de duda. Rock personal escrito en la etiqueta.

 

Además de Chema, a Josele lo escoltan Fino Oyonarte al bajo, quien aporta mucha de la música que escuchas en cada disco, y David Krahe a la guitarra, quien sustituye desde hace algún tiempo al mítico Manolo Benítez, y que algunos conoceréis como uno de los integrantes de “Los Coronas”. La entrada de Krahe en la formación aporta una buena dosis de energía y de cambios en el sonido general de Los Enemigos no obstante, como decíamos, jamás dejan de ser Los Enemigos, sello propio.

Retomando el repertorio, sin entrar en detalles técnicos por lo ya comentado, si bien estuvo centrado en sus nuevas canciones de Bestieza, no dejó ni por un instante de hacer un repaso de su discografía; así sonaron “John Wayne”, tema muy “ilegales” que nadie canta mejor que Javier Martínez, "Desde el Jergón", "Quillo", "No se lo cuentes", "Esta mañana he vuelto al barrio", "La cuenta atrás" y "Miedo", entre otros.

Barrio. Bareto. Porrón. Raspa. Amigos, y ahora Perdón. Estas son las primeras palabras que me vienen a la cabeza al pensar en Los Enemigos. Me recuerda a esos conciertos que daba un grupo de colegas en un bar de barrio, sin permiso municipal (pecado capital en Compostela) y donde seguramente costó lo suyo convencer al tabernero mas cuyo enfado se diluyó pronto en las caras de la clientela habitual. Supongo que es una música tan sencilla como cercana, un ir desde un trago de risa a la más profunda de las melancolías, un directo que invita a ir con amigos, y todo eso es lo que le otorga ese carácter único, personal y transferible, tanto al oído como a las ganas; y es lo que, posiblemente, provoca un sentimiento radical de "me gustan o los odio": como tiene que ser.

Yo no pude asistir al segundo concierto, ya no me da la vida para festejar dos días seguidos, seguro que fue mejor. En cualquier caso, me quedo con la imagen final de Chema saliendo a agradecer sentidamente al público el haber estado allí apoyando: para mí eso supo a perdón del que no necesita palabras y estoy seguro de que la mayoría de los asistentes no alberga tipo de rencor alguno ni mal recuerdo en la memoria, a pesar de todo. Hasta la próxima, Enemigos.

 

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