Algo debe de tener la palabra miércoles para incitar al blues de esta manera, algo mágico que quizás, paradógicamente, sea mejor no llegar a comprender nunca. Y sin embargo, en Compostela, tan solo un ciento de personas acude a experimentar el fenómeno, a decirle al oído, a su razón, que prefiere la grandeza de la sensación perpleja, contemplando la sutileza de lo sencillo, a la tranquilidad insustancial de lo previsible.
 
Es blues, sí, pero no todo el mundo puede ser James Armstrong.
 
19 de abril, miércoles noche, Sala Capitol, pasan de las nueve y media y estamos los de siempre, los abonados con perpetuidad al delta del Misisipi; por suerte, la promotora IdeaRock, no cede en su afán por crear en Santiago un rincón donde descubrir por qué casi toda la música que nos llama la atención desciende, directa o indirectamente, del aparente trivial estilo que se conoce popularmente con el nombre de blues.

Salta la banda al escenario y alguien decide, sin saberlo, que, aunque seamos pocos, un buen aplauso puede ser realmente cálido si la intención es buena y en el ambiente se respiran el ánimo y el agradecimiento sincero. Comienzan a sonar las primeras notas instrumentales y ya las palabras se dejan a un lado, junto a la copa; ese primer trago se ve, con perplejo, sorprendido por una guitarra que nos rodea sin ubicarse: ¿dónde está James? Asumimos que tras la cortina roja pero este bluesman es un experimentado carpintero del directo, goza de ese enorme recuerdo que se alimenta con voracidad de una pila de kilómetros de giras que carga en la espalda, desde los 13 años, sin desánimo, su vida musical; surge, como uno más, entre el público que le abre paso entre aplausos, silbidos de júbilo y afecto, que no se pueden contener: ya estamos todos.
 
Vaya sonrisa, corona un traje y sombrero de pura clase, sus ojos brillan profundamente desprendiendo carisma, ilusión y diversión, a un lado y al otro de la sala, como si estuviera entre amigos, como si fuese su primer concierto, como si una multitud aguardase por él incansable. Sus zapatos, impolutos, avanzan hacia el escenario contando historias a través de una strato envejecida en el gusto de quien lo siente de veras; no pierde el ritmo, más bien lo crea y lo regenera, continuamente, su ritmo, ese ritmo que, ahora, tras estos primeros compases, inevitablemente también es ya nuestro ritmo. Ha hecho crecer el espíritu del respetable y todavía no ha empezado ni a cantar.
 
Y así se suceden, uno tras otro, los temas del repertorio sin que nos acordemos de que existe un reloj que marca los tiempos. James canta de forma añeja, llevando una cadencia que se fuga, con salvajismo, del instrumental; interactúa constantemente con el público: introduciendo cada canción, bajando a tocar entre nosotros, pobres mortales, llegando los presentes a formar un trenecito que acompaña al artista girando por toda la sala como si fuese el flautista de Hamelin, e, incluso, no tiene reparos en dar una pequeña clase de guitarra a una chica que creía estar a salvo de la quema por estar cerca de la barra.
 

El repertorio del californiano funde a la perfección, en un sólido slow blues, temas propios con el libro recomendado de los clásicos básicos. Los primeros reflejan sus 9 discos publicados, como Bank of Love, que abre el concierto, Six Bar City, donde el blues y el rock se dan la mano para que James demuestre su buen hacer con los volúmenes, Saturday Night Women, funkático blues de los setenta que nos despierta del letargo, y, de su último disco, las emotivas Healing Time (dedicada a Norman Ross) y Guitar Angels, temazos que nos confirman, sin lugar a dudas que, a este “viejo”, aún le queda mucho blues en su interior. En lo tocante a versiones, como no podía ser de otra forma, Boom Boom (John Lee Hooker), The Blues Is Alright (Milton Campbell), Honey Hush (Albert Collins), Help Me (Sonny Boy Williamson II), Got My Mojo Working (popularizada por Muddy Waters) y la triada indispensable formada por Why I sing the blues, Ain't nobody home y The Thrill is Gone homenajeando sobradamente a esa carcajada introductoria que reza “una vez tuvimos un rey en Estados Unidos, se llamaba B.B.King”. Como nota curiosa en el guión, tropezamos con una versión, llevada a su estilo, de Robert Palmer (Addicted To Love).
 
En cuanto a la formación, se trata de un cuarteto en el que bajo y batería hacen lo que se espera, sin salirse de la partitura ni por un momento, sin adornos estrafalarios pero aportando ambos esa sensación de estar disfrutando cada nota como si la acabasen de componer. El teclista, en cambio, es un capítulo aparte, un genuino maestro de ceremonias. capaz de llenarlo todo, qué clase, y alcanzar ese plus de velocidad que hasta un James Armstrong necesita en algún momento del directo.
 
Blues es un tipo de tristeza, la de James nace sórdida, sólo dos años después de haber publicado su primer disco, cuando “el incidente”, como él lo llama todavía, le deja la difícil tarea de recuperarse de un cuchillo que le “tatuó” la palabra robo en los nervios de su brazo izquierdo. Poneos en situación, tomad aliento, y haceos cargo: el brazo que debe hacer dibujos en el mástil no te responde, sólo dos dedos lo hacen a duras penas y es ahí cuando caes al fondo del pozo mas profundo que existe, cuando surgen todas las dudas, acentuadas terriblemente, cuando la impotencia te lo quita todo. de un solo golpe. y la esperanza se vuelve cruel y utópica sin remedio. Sin embargo, es también ahí cuando se descubre un superviviente que tritura sus lamentos con sonrisas apoyadas en familia, cuando un hombre se reinventa a sí mismo aunque tenga que empezar de cero a tocar ese instrumento que es, hace ya mucho tiempo, una prolongación de su propio cuerpo: “no hay que rendirse nunca”, nos dice en un silencio no pactado del concierto. Y es verdad que no lo hizo, convirtió sus limitaciones en cualidades y luchó por su sueño, un sueño que, aún hoy en día, más que destilar tristeza, reparte mérito, esperanza, vida, orgullo y ejemplo en cada concierto.

 

James  Armstrong
 
Está visto que “en la música se trata de sentir y, para eso, no hace falta tocar rápido”.
 
Gracias, James, y hasta siempre.
 
 
Fotos InTheNight