Royal-Southern-Brotherhood
Royal Southern Brotherhood es una convención de estilos que hablan el mismo idioma, un lugar en la música, situado en algún vértice de cardinal sureño, donde los elementos surgen y se difuminan redibujando un paisaje que recorre con maestría el círculo cromático de lo musical.
 
Hermandad es una esencia, con un deje que sólo se percibe en las distancias cortas, y es que, por suerte, hay sensaciones que van mucho más allá de lo digital, sonidos, extrañamente cristalinos, que te envuelven atónito mientras revelan la palabra directo desnuda de todo artificio. La realidad no se mejora, no se aumenta, es algo tangible que sólo es posible en la definición de concierto.

21:30 de la noche, Sala Capitol, última cita del ciclo #Blues, montado por la promotora Idea Rock; allí estábamos, un buen puñado de aquellos que aún tenemos un par de hielos de blues y curiosidad en las venas, expectantes, rodeando ese formato agradecido que resulta un escenario entre nosotros. Dijo un día el gran maestro Michel Camilo que lo que más aprecia de tocar en un club es escuchar la respiración del público tan de cerca que se confunda con las notas de su piano. Pues la otra parte contratante siente algo parecido porque estás tan próximo al artista que puedes comprender de verdad que hacer música es un arte que define privilegios para tus oídos.
 
 Reach my goal! Arranca la noche con un tema de esos que amenazan con explotar desde el inicio pero que provoca el acto reflejo de esperar continuamente algo más fuerte; bajo y batería crean un disparador de contrastes de intensidad, pesado y curiosamente fresco al mismo tiempo, sobre el que cualquier guitarra cobra un plus de distorsión que electrifica las notas con un acento diferente y, sobre eso, la voz de Cyril Neville, líder de la banda. Ya estamos en el bucle de la perdición.
 
Casi sin llamar cae el segundo tema, Hit me once, el funk se da la mano con el rock para mostrarnos el camino y ya tienen al público enganchado. No hay tiempo ni para el aplauso, sigue la sobrecarga de influencias, con Don’t look back entran en escena el country y el soul que se diluyen sin condiciones en una sonoridad que la banda va construyendo con mucho tacto a lo largo del repertorio porque, sea cual sea el estilo, Royal Southern Brotherhood tiene una fórmula mágica para encajarlo sin dificultades en ese puzzle donde nunca sobran piezas.
 
Royal Southern Brotherhood

La verdad es que estoy un poco cansado de la etiqueta “supergrupo” sin embargo esta no es una de esas bandas que se junta para que cada componente aproveche el foco de lo solitario, sin saber muy bien la historia que quieren contar entre todos. Venían presentando su nuevo disco, The Royal Gospel, del que sonaron un casi hardrockero Where There's Smoke There's Fire y esa fusión perfecta de reaggae y blues llamada Blood Is Thicker Than Water. Y así, uno tras otro, hasta completar una agradable hora y media en la que certificamos, sin lugar a duda, que toda su discografía sabe profundamente a Royal Southern Brotherhood.
 
Si entramos en detalle, Tyron Vaughan es algo más que el sobrino de una leyenda, es blues de máxima categoría, una luz propia que se prodiga desde la humildad y la discreción absoluta, que no necesita vivir en el lujoso palacio del solo, que se ilumina fugazmente y te ciega con un vibrato escalofriante, que ruge y baila, con paso firme, sobre un par de bendings que cuestionan una y otra vez los límites de las ondas sonoras. Y es que Tyron tiene esa clase, ese saber hacer que esconde pequeños destellos de magia “SRViana” en la sombra de una rítmica que siempre comandará con decisión y responsabilidad. El peso sobre sus hombros y la calidad sobre las notas. Solo tiene un “defecto”, nunca será una buena voz, como se pudo comprobar por ejemplo en la canción Poor Boy, pero como guitarrista, no tiene precio. Para mí, el mejor de la noche.
 
Bart Walker es un solo vertiginoso de banjo en una guitarra eléctrica, una auténtica tormenta de notas que inundan la autopista del mástil pero también puede ser una voz cálida y pacífica que te lleva de lleno, en cuatro acordes y medio suspiro, a un día de fiesta en un rancho de América del Sur.

Darrell Phillips lleva el groove en la sangre, es el alquimista del grupo, un bajista del funk más explosivo, un amante del slap y del popping en la dosis adecuada. Junto a Yonrico Scott, a la batería, forman la base perfecta sobre la que montar cualquier circo.
 
Y en el centro de todo, Cyril Neville, la piedra angular de la banda, ese fantasma cajún del Misisipi pasando por Nueva Orleans en el difunto siglo XX, una voz débil, temblorosa, al límite de sus posibilidades, bien arropada en los coros por Bart y Darrell, que lo da todo porque así lo siente y que te transporta directa e inevitablemente a un capítulo de la serie The Wire. Aporta al grupo esa especia reggae, semifunkática, que se columpia en la percusión de dos pequeños bongoes que siempre piden permiso para interrumpir a una voz que se divierte hilando letras mientras disfruta palpablemente de la música.

Lo confieso, yo no sé lo que significa Nueva Orleans pero, en este concierto, tras esa perfecta emulsión de estilos, mientras sonaba ese último tema, They don't make 'em like you no more, versión de un clásico de esa ciudad, los Neville Brothers, estuve a punto de afirmarlo.
 
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